Saturday, May 26, 2012

El cuento del minero

Ese día Lucho se levantó temprano, apenas pudo cerrar los ojos esa noche, había revisado el teléfono de su polola y encontrado muchos mensajes que su ex pololo le escribía, ese que la dejó para casarse con otra antes que el apareciera en su vida. Mensajes como: "Te extraño, quiero verte" o "¿Nos vemos hoy día?" fueron brutales sentencias que terminaron de revelar lo obvio, tú la engañabas y ella te engañaba. Lo dejó meditando el hecho que nunca hubiera revisado los mensajes del celular de ella, simplemente nunca los había consultado, eso era parte de la estrategia de la indiferencia que atestaba a todas las hembras que le rodeaban; si eres celoso no les gusta, si no eres celoso no les gusta. “¿Qué les gusta? El pico!" - se respondió con rabia, después se dijo relájate, está bien que les guste.
Desde la ventana del avión se quedó mirando el cielo que se extendía melancólico sobre las nubes de algodón camino a Chuquicamata, pensando que lo estaban esperando las mismas putas caritativas y desérticas, esas de pechos morenos y proletarios que atesoran baba y lágrimas mineras.
Al principio fue otra mina más para el hüeveo, de esas que te encuentras cuando bajas del turno, pero poco a poco fue entrando en su vida de orgasmos monótonos el cariño y el afecto, necesarios para alejar el fantasma de la soledad. Él era de la idea que no se debía ir a la casa de la mujer ni la del hombre a tener sexo, siempre el acto debía ocurrir en un lugar neutral, sexo sin casa como solía decir, para no generar afectos y recuerdos innecesarios, pero a pesar de sus pesares terminó despertando en medio de los gritos que ella, Lucha,  diariamente atestaba a sus críos para que se acostaran o levantaran.
Era tan obvio que ella te gorreaba, tantos turnos y nunca decir nada, tantos días sin llamar y nunca se quejaba, pero nunca te importó. Si tú la engañabas y ella te engañaba, ¿Qué te molestaba tanto?, ¿Acaso el no saber dónde estaban esos hombres que engañaban a sus señoras y estas quedaban preñadas esperando y criando hijos, sin jamás serles infiel?, ¿Cuándo comenzaron a conquistarlo todo? Sentías en tu flujo interior la misma certeza de antaño y recordabas la visión campestre, que te revelo ese amor femenino, servicial y puro: "Bajo un parrón, sobre un mesón con mantel de plástico y piso de tierra, había un campesino moreno de brazos gruesos y manos curtidas, degustando una cazuela, muy concentrado en tamaña empresa y a su lado bajo el mismo parrón que lo cubría del tortuoso sol de verano, una mujer sutil, blanca, evangélica pentecostal, sostenía en su mano una pequeña ramita que cada cierto tiempo pasaba sobre el plato de cazuela, espantando las moscas que interrumpían el comer pasivo y silencioso del macho empedernido". Dicha imagen,  como parte del escenario fantástico, se vertía sobre la imaginación de nuestro personaje, obnubilado de infidelidades. 

Sólo una certeza, no eras campesino, eras minero.


ElSoto