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Saturday, July 23, 2016

El cuento del metro

Sólo fierro pulido y cemento crudo evocaban la certeza del paso del tren metropolitano, el ruido chirriante de los frenos, deje bajar antes de subir. Cuán gusano socavando tierra se retorcía recogiendo, llegando, cargando piños de gentes molestas, sudadas y apretujadas. No había escogido viajar en metro, como tampoco había escogido evocar esa mañana el recuerdo de ella. Los pobres no escogen.
Se apresuro, se bajo los pantalones en plena estación metro Baquedano y se puso orinar a vista y paciencia de todos. Mujeres compungidas cerraban sus ojos con mueca de asco. Los niños no apartaban su mirada del chorro de orina amarilla y fétida, a pesar del intento de sus padres por bloquear sus ojos ávidos y curiosos. Los guardias no demoraron en aparecer.
Pene viejo, rugoso, volando por los aires, golpeando su cabeza con los muslos de las piernas, cayendo lentamente, salpicando orina a diestra y siniestra, mientras el peso de los guardias se dejaba caer con violencia sobre la humanidad de compungido ser humano que no aguantaba mas las ganas de vivir.

Jose Luis Soto

Thursday, July 31, 2014

El cuento de la promesa

Había una vez un Lucho que vivía en una ciudad gris, de escaleras de plástico negro de puntas amarillas. Las gentes que le habitaban vestían chaquetas grises, chaquetas negras, bufandas café, rojos color sangre opaca, colores opacos de gentes apocadas, tristes y frías.
Era una ciudad en blanco y negro, de calles grises, edificios café claro, de aves plomas, de un río café, aguas pobres contaminadas que cruzaban el centro de sus vísceras, era invierno en ciudad ploma de cemento.

Lucho le dio la última fumada a su cigarrillo, lo tiro al suelo, apago con los pies y camino al terminal de buses, en una hora más partía el bus que lo llevaría al sur de su país.
Sonó 'Michelle' en sus auriculares y se acordó de ella.
La sola fuerza del recuerdo de ella disolvía en vaivenes simples una cotidianidad inhóspita. Recordó como ella era capaz de dibujar con risas amarillas conquistas espaciales, pintar con su llanto azul los mas tristes episodios que humano alguno hubiese sufrido y después recordó cuanto reían y como se quedaban dormidos desnudos en el living de su mansión, rodeados de Bolaños, Nerudas, champagne y copas de vino en reserva. Recordó el sonido del viento del mar salado, también la lluvia, el calor de ella y sus manos heladas.
Después se acordó del portazo que le dio en la cara.

Lucho sintió partir el bus bajo sus pies y desde la ventana se quedo mirando a dos amantes que se despedían como pidiendo y se decían: 'Próxima semana nos vemos' o 'Vuelvo y te lo meto'. Algo así entendió se decían en medio de balbuceos, abrazos temblorosos y promesas que vio como volaban imprecisas y tenues, cuan pompas de jabón.
Promesas simples, tímidas y entendió que así se hacían las promesas verdaderas, él, que ya había olvidado prometer.
El Soto

Thursday, February 20, 2014

El cuento de la suma y la resta

Ese día Lucha abrazó al Lucho y le dijo que la felicidad era eso, sólo un instante.
Lucho pensó en la felicidad, sumo las veces que había querido ser feliz y las que resto a las veces que no había sido feliz.
Pensó "¿Qué es la felicidad?", al momento comenzó a sonar en la radio "Mejor no hablar (de ciertas cosas)" de Sumo. La pelada de Luca Prodan le recordaba los niños con cáncer. "¿Serán felices los niños con cáncer?".


Yo creo que si - dijo un demonio.
Yo creo que no - dijo un ángel.

En efecto, Lucho miró un ángel y un demonio ambos dos apoyados perfecta y hermosamente en cada uno de sus hombros desnudos, discutíendo entre ellos.
Se cagaron de la risa, se cagaron de la risa del Lucho. El ángel precioso, el demonio hermoso.

"Sumando restando, sin cuenta y sin cuenta" díjose el Lucho.


ElSoto

Thursday, November 28, 2013

El cuento de la princesa caballero

Si me preguntáis en dónde he estado
debo decir: "Sucede".
Pablo Neruda


Había una vez una pintora que se podía morir de cualquier cosa, menos de colores. Solía decir: "No creo en las relaciones basadas en las promesas". Les hablaba a todos de la princesa caballero, todos le decían que no conocían dicha serie televisiva infantil, donde los personajes y capítulos de su televisión imaginaria creaban las más insólitas historias. Como ellos nunca habían visto princesa caballero, no podrían entender que desde aquél entonces las cosas se comenzaron a transformar en colores.

Bajó el antiguo ascensor de un antiguo edificio de una antigua avenida Pedro Montt atestada de comerciantes ambulantes y se fue caminando a la feria, llena de piltrachas de mil pesos. "todo a luca" se decía mientras caminaba un Domingo cualquiera, de un Valparaíso único .

Las gentes solo colores. Había un señor amarillo que la molestaba sin cesar, otro azul de medio día que la piropeaba, pero a ella le gustaba el chico vestido de negro. Solía besar besos de pintores, los besos estos se le arrancaban de los labios con una rapidez que no dejaba de sorprenderla y se depositaban trémulos en labios de cantinas pintorescas. Gustaba de la poesía y cuando la escuchaba oía colores

Ayer despertó llorando de forma colorienta. Al principio salió tímida una lágrima blanca sincera, después varias gotas amarillas de locura intensa, como saltaban las lágrimas de colores ! Mancharon la pieza que quedo convertida en una mezcla de todos sus colores llorados. Le extraño ese llanto amarillo, ya que recordaba llorar con más frecuencia el amarillo verde violeta.

Darse cuenta que le faltaban mas colores para llorar en forma más colorienta, le hizo llorar con mas vehemencia.


El Soto




Sunday, August 18, 2013

El cuento de Neruda

"Neruda está vivo". Así cara de raja el lucho le contó en medio del bullicio del bar, con ojos vidriosos, aliento etílico y la costra blanca de cocaína en sus narices, la brutal noticia. Que tal cual sus palabras sonaban, efectivamente como le había escuchado, que los curaos siempre dicen la verdad, que era cierto: "Neruda está vivo".
Le contó un amigo de el, que esta casado con la Margarita, hija de la Señora  Juanita, esta (ella) en sus tiempos mosos había sido amante del hijo del chófer de Neruda y este en una de las tantas noches de desenfreno alcohólico deslengüado le había contado Neruda estaba vivo. Que este vivía en New York y era un chulo, así como los negros, un chulo de veritas. Neruda ya no escribía poesía, sólo se ponía tocar armónica bajo la mirada de una luna quisquillosa.
El Lucho insistía, que era cierto, por algo el chofer de Neruda había hecho exhumar nuevamente su cuerpo en el extranjero, que acá en Chile todas las autoridades sabían que Neruda estaba vivo y era un chulo, pero que no decían nada a nadie porque les daba pena la gente, por que les daba pena Chile.

A Lucha le afecto saber que Neruda trabajaba como chulo, jamás lo hubiese imaginado.
Llego a su casa agotada, con la cabeza zumbando después de haber llorado tanto y  rompió en mil pedazos "20 poemas de amor y una canción desesperada" que Lucho le regalara para su cumpleaños. Lentamente, a veces se detenía en medio de llantos ahogados, comenzó romper el libro. Primero con pena por sentirse tan tonta, con pena por sentirse tan cabra chica, después con pena y desilusión por Chile, porque nos han mentido toda la vida. Después  comenzó a romper el libro  con rabia, pensando que el Lucho siempre le mentía, luego empezó vociferar en voz alta que no lo podía creer, que Neruda era un maldito chulo, que todos estos huevones son iguales, ¡Que lo único que le importaban eran las putas!.

Se quedo en silencio, en medio del cuarto sintiéndose esclava de Neruda y sus palabras, se calmó, tomó en sus manos 'Confieso que he vivido' y se fue a cagar al baño pensando "Estamos cagados, Neruda esta vivo".

El Soto

Sunday, April 21, 2013

El cuento de tribilín

El televisor encendido y en la pantalla visualizándose una película de tribilin titulada "Goofy (1942) - El campeón Olímpico". El viento del secador de pelo golpeando el brazo de un disfraz rojo, atando los cordones de unos zapatos enormes y ridículos, las manos blandas, grandes y con cuatro dedos, el closet lleno a rebosar del mismo disfraz.

Se mira al espejo y es un tribilin, un disfraz ordinario, no un tribilin de verdad esos de Disney, sino un disfraz pobre gastado por el uso diario. Es un tribilin Chileno.

Sale a la calle empinada y frente a el Valparaíso y sus casas diminutas, el mar brillante se extiende total y completo a su vista amplia y sus ojos redondos de plástico de mala calidad miran un puerto de verdad.

Con su dedo indice levantado indica a un colectivo se detenga, un auto que parece un escarabajo negro recorriendo cerros, escarbando, subiendo, bajando y vomitado gente. Vehículo manejado por un chofer que también es un tribilin de color amarillo, el colectivo no se detiene, va lleno de tribilines.

Decide bajar el empinado cerro a pie escuchando 'Shrivel-Up' de DEVO. Imágenes se vuelcan sobre su cabeza, recuerdos de un carrete roñoso de escalera porteñosa, de vino en caja y ella, el recuerdo tribilinezco de ella, la tribilina más linda del cerro.

Después empujones, gritos, balas, sangre tribilinezca en el suelo, sangre roja tribilina, de ella su amada.


koteNet

Thursday, July 12, 2012

El cuento del lobo

Había una vez un lobo profundamente perturbado. Es que todo había cambiado desde que las caperucitas locas y rojas evocaron libertades, aburridas del mismo final, de la misma tragedia griega. Al comienzo siempre fue un honor para las caperucitas salir del umbral de la puerta materna camino a casa de abuelita. Se les seleccionaba y preparaba para ese crucial momento de sus vidas, toda su vida: Aprender a dar saltitos cantando por el bosque llevando la canasta sin que esta se cayera, aprender a mantener una conversación coherente con el lobo sin que este se las comiera, aprender el camino a casa de abuelita, aprender actuar para evocar el “¡Y qué dientes más grandes tienes!” en forma convincente, inocente y real. Pero todo comenzó a cambiar cuando una caperucita volvió sola y toda mojada por la lluvia de vuelta a casa de su mamá, con canasta y todo. Se había negado ir a casa de su abuelita, se había negado a ser devorada por el lobo, se había negado a mantener el mismo relato estúpido de antaño, era primera vez que una caperucita no había logrado el cometido. Esto provocó discusiones acaloradas entre las mamas de las caperucitas, algunas decían que se había llegado a un extremo de indecencia y se debía castigar con toda la fuerza de la ley a esta caperucita rebelde y otras vieron en esa actitud, la consigna de una nueva lucha, fraguada en la repetición incesante y vulgar de seguir con el mismo cuento toda la vida, por fin serían dueñas de su propio cuento.

Así se llego a un consenso y se creo la “libertad de albedrio caperucitana” que consistía en la elección de las caperucitas, una vez que salían de casa, de ir a casa de la abuelita y seguir la tradición (nota: las caperucitas incoloras odiaban la palabra tradición, ya que esa imposición histórica de dominación suponía seguir rebajando la autodeterminación de su propio cuento) o podían elegir lo que ellas quisieran, lo que trajo más confusión a la ya difícil tarea de ser caperucita. “Ustedes saben, que alguien que nunca ha elegido de un día para otro tiene la posibilidad de elegir, más bien se confunde” –se decía nuestro lobo profundamente perturbado.

Y ahí, cientos de caperucitas que no elegían ir a casa de su abuelita, hacían nuevas rutas donde no habían lobos y sólo habían caperucitas, habían algunas que saliendo de casa se escapaban al cerro, al paraíso de las caperucitas donde estas tenían un gobierno manejado sólo por ellas y donde los lobos que eran sorprendidos era asesinados brutalmente, vengando en la vida del desdichado lobo todos los sufrimientos existenciales de las caperucitas. Algunas incluso habían renunciado usar capa, eran las caperucitas incoloras. También las había que usaban capas azules, rojas, amarillas, color arcoíris y de todos los colores y cada día eran menos las caperucitas rojas ya que era muy mal mirado socialmente aquellas caperucitas románticas que creían y querían el cuento del lobo.

Los lobos por su parte, como era de suponer, nunca se enteraron de nada. Seguían saliendo cada mañana, evocando en su imaginación aquellas heroicas faenas paternales donde a veces se comían una caperucita diaria, ahora con suerte se comían una al mes. Poco a poco fueron cambiando su dieta, algunos se hicieron vegetarianos y místicos predicando por los bosques que ya no eran necesarias las caperucitas. Los caminos usados antiguamente ya no eran usados por las caperucitas y los lobos tuvieron que salir a buscar nuevos caminos en lugares inhóspitos y algunos no volvieron más. Otros llegaban con aterradores relatos de caperucitas sin capas, emancipadas que cazaban lobos, los llevaban a sus casas, amarraban su pata a una cama y los tenían barriendo y criando caperucitas toda su vida. Incluso otros lobos se empezaron a disfrazar de caperucitas y comenzaron a usar los viejos caminos abandonados por ellas, con otros lobos escondidos jugando a cazarlas.

Nuestro lobo no daba tregua a tanta historia inverosímil y aún esperaba, agazapado tras los arboles, alguna caperucita con capa roja, dando saltitos inocentes, con su canastita y sueños de niña cantando por el bosque. Solo imaginarlo activaba sus papilas gustativas y se ponía a salivar como un loco, su corazón golpeando con fuerza el pecho, su cabeza zumbando por la presión y su alma romántica se ponía aullar de tristeza, mirando la luna pálida y llena que alumbraba un bosque vacío de caperucitas y lobos, de caminos vacíos cubiertos de musgo, piedras y espinos.

Ese día el lobo poeta salió una vez más a la misma incertidumbre y evocación ensoñadora  o como diría chiwosky: “… en el anodino ejercicio de persistir”. No quiso acompañar a sus colegas lobos a la nueva práctica que consistía en ir a los nuevos caminos creados por ellas, que estaban llenos de caperucitas con capas de todos los colores y caminos sin ningún punto de inicio y fin, más bien como una evocación de rutas anteriores, más bien como un espacio de esparcimiento en el bosque, mas bien como nada y estos lobos se ponían a caminar por esos nuevos caminos y las caperucitas se escondían tras los arboles y los acosaban con preguntas como: ”¿Que hace un lobo como tu en un lugar como este?”. Lo llamaban ridículo, anticuado, viejo loco, pero él no les hacía caso, ganas de ir no le faltaban, pero sentirse acosado por tantas caperucitas y con capas de todos los colores habidos y por haber, lo apabullaba. 

Sentado tras un árbol, concentrado leyendo el poema 1, le pareció ver una capa roja pasar por entre los arbustos, se asusto y tapando su hocico contuvo un gruñido. No podía ser cierto, abrió con cuidado una de sus orejas y escucho un leve murmullo de una vieja canción que hablaba de una vieja historia, volvió a pasar un color rojo por entre las ramas, tiro del libro, sentía su corazón latir a mil.
Corrió con todas sus fuerzas y saltó al camino presentándose frente a ella intempestivamente y le dijo con la voz entrecortada por la emoción, mirándola a los ojos.

- ¿A dónde vas, niña?- le preguntó el lobo con su voz ronca.
- A casa de mi Abuelita- le dijo Caperucita.



koteNet

Saturday, May 26, 2012

El cuento del minero

Ese día Lucho se levantó temprano, apenas pudo cerrar los ojos esa noche, había revisado el teléfono de su polola y encontrado muchos mensajes que su ex pololo le escribía, ese que la dejó para casarse con otra antes que el apareciera en su vida. Mensajes como: "Te extraño, quiero verte" o "¿Nos vemos hoy día?" fueron brutales sentencias que terminaron de revelar lo obvio, tú la engañabas y ella te engañaba. Lo dejó meditando el hecho que nunca hubiera revisado los mensajes del celular de ella, simplemente nunca los había consultado, eso era parte de la estrategia de la indiferencia que atestaba a todas las hembras que le rodeaban; si eres celoso no les gusta, si no eres celoso no les gusta. “¿Qué les gusta? El pico!" - se respondió con rabia, después se dijo relájate, está bien que les guste.
Desde la ventana del avión se quedó mirando el cielo que se extendía melancólico sobre las nubes de algodón camino a Chuquicamata, pensando que lo estaban esperando las mismas putas caritativas y desérticas, esas de pechos morenos y proletarios que atesoran baba y lágrimas mineras.
Al principio fue otra mina más para el hüeveo, de esas que te encuentras cuando bajas del turno, pero poco a poco fue entrando en su vida de orgasmos monótonos el cariño y el afecto, necesarios para alejar el fantasma de la soledad. Él era de la idea que no se debía ir a la casa de la mujer ni la del hombre a tener sexo, siempre el acto debía ocurrir en un lugar neutral, sexo sin casa como solía decir, para no generar afectos y recuerdos innecesarios, pero a pesar de sus pesares terminó despertando en medio de los gritos que ella, Lucha,  diariamente atestaba a sus críos para que se acostaran o levantaran.
Era tan obvio que ella te gorreaba, tantos turnos y nunca decir nada, tantos días sin llamar y nunca se quejaba, pero nunca te importó. Si tú la engañabas y ella te engañaba, ¿Qué te molestaba tanto?, ¿Acaso el no saber dónde estaban esos hombres que engañaban a sus señoras y estas quedaban preñadas esperando y criando hijos, sin jamás serles infiel?, ¿Cuándo comenzaron a conquistarlo todo? Sentías en tu flujo interior la misma certeza de antaño y recordabas la visión campestre, que te revelo ese amor femenino, servicial y puro: "Bajo un parrón, sobre un mesón con mantel de plástico y piso de tierra, había un campesino moreno de brazos gruesos y manos curtidas, degustando una cazuela, muy concentrado en tamaña empresa y a su lado bajo el mismo parrón que lo cubría del tortuoso sol de verano, una mujer sutil, blanca, evangélica pentecostal, sostenía en su mano una pequeña ramita que cada cierto tiempo pasaba sobre el plato de cazuela, espantando las moscas que interrumpían el comer pasivo y silencioso del macho empedernido". Dicha imagen,  como parte del escenario fantástico, se vertía sobre la imaginación de nuestro personaje, obnubilado de infidelidades. 

Sólo una certeza, no eras campesino, eras minero.


ElSoto

Monday, February 06, 2012

La piedra infeliz (cuento)

Me acabo enterar que han pasado 4 años desde mi suicidio, escuché a mi madre discutiendo que iban hacer con mi cuarto, que si lo arrendaban, si lo ocupaban de bodega o dejaban tal cual.
No quise quedarme escuchando que harían con ese miserable cuartucho, sólo se que llegué a todas las consecuencias advertidas, sin antes disfrutar de todas las prohibiciones.  A esa altura nadie sabía siquiera el rumbo de mi rumba, ni siquiera yo. Se decían que ya no volvería y lo que yo más quería era volver.

- ¿Específicamente a dónde querías volver? -me pregunté.

Teniendo a mi favor la intención, las preguntas se van ordenando una tras otra por orden de llegada, como una fila del banco escucho sus murmullos y quejas desatendidas. Algunas aburridas se van hacer preguntas a otro lado, tampoco falta la pregunta patuda que quiere ponerse en primera fila, inventando escusas banales como apremios e impaciencias o esa vieja pregunta que quiere su fila especial. No señoras preguntonas, aquí no hay democracia, no pregunten por que, no admito más preguntas.

Ellas esperan y yo, único cajero de preguntas me pregunto su final, transo con ellas, cálculo su destiempo, a veces las hago volver, las preguntas me preguntan cosas que ellas no saben que yo no sé responder y les pido nuevos tramites: que me asocien el papel del año que nacieron, que me traigan la noche donde despertaron desatendidas y brutales. Se acumulan muchas preguntas sin respuestas, alegan demoras pero me da lo mismo. ¿Se imaginan quedarme toda la vida respondiendo tantas preguntas? Ni los griegos pudieron con ellas!!

Ese día Domingo temprano en la mañana leí las portadas de los diarios (El Mercurio, La Tercera?), contemplé la hermosa bahía de Valparaíso, el mar brillante, serpenteante, metálico y el Sol dominando con sus bríos la intensidad de la mañana. Bajé al plan, decidí bajar a pie, estaba hermoso el día para caminar, pase por fuera de La Sebastiana y vi el fantasma del poeta contemplando la bahía, con un furtivo desencanto, desde lo alto en silencio y me persigné. Baje contento las escaleras, llegue a Plazuela Ecuador y me encontré con el Lucho, ustedes no lo conocen, pero es una de las personas más divertidas del mundo. Me contó se iba a casar, no me pareció divertido, los muertos no se casan. Imaginé las complejidades propias de los matrimonios que con mi familia visitábamos, esa cosa de acostumbrarse a lo mismo, la pasión desinflada y recordé cuando mis padres vivían juntos, antes de la separación. Recordé a mi madre, mujer fabulosamente desconcertante, compleja y distante que me trataba tan bien, creo me hizo mal tanta bondad. Si me hubiera tratado un poco mal quizás habría enmendado el camino: llegué a deshoras, dije que iba llegar y no llegué, dije que no iba llegar y llegué. Ella vive su mundo, tampoco puedo juzgarla, pero también tengo todo el derecho de condenarle maternidades desatendidas.
De mi padre mejor no hablar, siempre evito hablar de él, una serie de encuentros desafortunados construyeron nuestra prodigiosa seguidilla de odios acumulados, su desinterés manifiestamente descarado hacia mi persona es una costra de mierda en mi alma, fétida y putrefacta, que contaminó todo.

Es ahí cuando miro desde mi pieza, fumando la cola de un cigarrillo callejero y siento una soledad tan blanca, el vaho que ella deja impregnado en la ventana, que no puedo ni alcanzo hablarle, cuando se aparece en la voz de mi madre, en el rostro de mi hermano muerto. Me imagino soy una mula cargando acumulaciones de cosas que me niego ver. Se acumulan la pena, las preguntas, la soledad, los ladridos de perro, las mañanas inciertas se acumulan. También se amontonan vertiginosas las ganas de vivir, como un gran río sin cause, las ideas de me escapan y frente a tanta turbulencia y fuerza, quedó paralizado de ganas, tan motivado al fin y al cabo, no hago nada.

Pensé que la muerte traería todas las respuestas y que mi suicidio, como una acto de conclusión metafísica, como conclusión de una vida desatendida, de preguntas desatendibles, callaría todas las voces inconclusas de una vez para siempre. ¿Volver a matarme sería volver a nacer?, ¿Morir a mi muerte?, ¿Mas muerte a mi destino? No mas preguntas, por favor.

El viento con olor a mar golpea mi cara fantasmal, dejando pequeñas gotas saladas en mis labios resecos y blancos, me siento desfallecer, me diluyo de incertidumbres. Acá en la piedra feliz todo se ve distinto, cuantos cuerpos lanzados al mar de desilusiones y desencantos y todos los que algún día despertamos acá, abrazados de algas, sangre y rocas, nunca más dejaremos este puerto de hambre y locura.

koteNet

Monday, January 16, 2012

El medio miedo (cuento)


Un regalo eran sus labios y sexo húmedo, dos bocas del mismo placer y no entendías como ella tan bella, tan católica, tan rigurosa, tan adúltera también tuviera miedo. Lo percibías en sus excusas, cuando dejaba de contestar el teléfono, cuando nunca hablaba de él, cuando apuraba los orgasmos y este, otro Miércoles más de lo mismo. Era una lata enorme pasar fuera de Escuela Militar, mas encima el huevón era milíco.

Eliodoro Hernandéz tomó la 45 en la otra esquina de su casa, según había dicho iba devolver la película al buzón Bazuca.com de Metro El Golf, ya tenía preparado lo que iba a decir: Me encontré con el lucho, si ese compañero del colegio, ¡puta que esta cambiado!. Apagó el cigarrillo y miro la luna llena que parecía un ojo gigante paseando su mirada sobre la ciudad de Santiago y recordó el poema que Charles Baudelaire le hacía a esta: "Cuando sobre este mundo su languidez ociosa deja caer alguna lágrima silenciosa/ un poeta piadoso, enemigo del sueño/ en su mano recoge esta lágrima fría", ahora ni siquiera leías poesía, despertaba en ti cosas que ya no querías despertar.
El aviso del paradero de bus que invitaba ver la película del fin del mundo te angustió, ella brotaba cada día en forma más natural desperdigándose por todo tu lenguaje y movimientos. ¿Ya ni siquiera reías Badulaque? A estos monos humanos les encantaba el miedo, cada día se inventaban nuevas fechas del fin del mundo, como si lo único que quisieran fuera se acabara de una vez por todas la mierda de sus mundos personales, se sumían en atestadas salas de cines viendo películas con relatos pobres, de pobres efectos especiales que no tenían nada de especial. El miedo nos congregaba, también nos unía y eso te unía tanto a ella, te sentías tan igual a todos, tan obvio, tan trivial.

Subían y bajaban rostros que nunca y jamás volverías a ver, pasaban letreros, luces rojas, amarillas, ojos legañosos, bocinas, gente cruzando las calles, jóvenes apurados por vivir, viejos apurados por morir. Y tu señora de lo único que hablaba era del comportamiento de los niños, del colegio, de las notas, siempre vestida de buzo, el pelo hediondo a comida y te sentías culpable de que la niña mas linda del Grange School que no alcanzó terminar sus estudios universitarios fuera la esposa del badulaque que la cagó desde el segundo mes de casados. La culpa era del televisor en la pieza, la culpa era que ya no leían poesía juntos, ¡La culpa era de los niños que la transformaron en una vieja histérica!

Sandra impecable, fumando un cigarrillo, esperándome de espaldas, sentada ¿Pensando en que? prefiero no saber. Me acerco sin sacarle los ojos de encima, la luna detrás del edificio hace llegar su sombra sobre ella, mitad sombra, mitad luz de luna. Le tapo los ojos con mis manos frías y pasadas a cigarrillo barato, da un pequeño salto. Me imagino quería esperarme de espaldas y que yo hiciera eso, tapara sus ojos, siempre sintiendo que tiene todo tan fríamente calculado y yo un juguete más de sus caprichos de niña rica. Entramos al motel no sin antes darnos un beso apasionado, apretado, ella entrecruza sus brazos a través de los míos y se aprieta a mi pecho, dando un suspiro que como con mi lengua.


- "Hola"
- "Hola mijita"
- "Reservaste cierto?"
- "Puta no alcancé, pero llame y nos tenían la pieza, ya nos conocen" - dije nervioso.
- "¿Que se van a servir los caballeros?" -¿Porque no desaparecían de una vez?, me pone nervioso la gente que atiende los moteles.


Te dijo tenía dos horas. En vez de excitarte la idea esta te desanimó, nunca había tiempo para un café, ni siquiera para conversar. Te tragaste el pisco sour de un tirón, pusiste un canal motivante y darle a la tarea milenaria, nerudiana y pagana.

Badulaque después de todo, no te daba tanto miedo vivir.



koteNet

(Segunda tarea, la primera no la hice, para el taller de literatura Enero del 2012 del escritor Pablo Torche)