Monday, January 16, 2012

El medio miedo (cuento)


Un regalo eran sus labios y sexo húmedo, dos bocas del mismo placer y no entendías como ella tan bella, tan católica, tan rigurosa, tan adúltera también tuviera miedo. Lo percibías en sus excusas, cuando dejaba de contestar el teléfono, cuando nunca hablaba de él, cuando apuraba los orgasmos y este, otro Miércoles más de lo mismo. Era una lata enorme pasar fuera de Escuela Militar, mas encima el huevón era milíco.

Eliodoro Hernandéz tomó la 45 en la otra esquina de su casa, según había dicho iba devolver la película al buzón Bazuca.com de Metro El Golf, ya tenía preparado lo que iba a decir: Me encontré con el lucho, si ese compañero del colegio, ¡puta que esta cambiado!. Apagó el cigarrillo y miro la luna llena que parecía un ojo gigante paseando su mirada sobre la ciudad de Santiago y recordó el poema que Charles Baudelaire le hacía a esta: "Cuando sobre este mundo su languidez ociosa deja caer alguna lágrima silenciosa/ un poeta piadoso, enemigo del sueño/ en su mano recoge esta lágrima fría", ahora ni siquiera leías poesía, despertaba en ti cosas que ya no querías despertar.
El aviso del paradero de bus que invitaba ver la película del fin del mundo te angustió, ella brotaba cada día en forma más natural desperdigándose por todo tu lenguaje y movimientos. ¿Ya ni siquiera reías Badulaque? A estos monos humanos les encantaba el miedo, cada día se inventaban nuevas fechas del fin del mundo, como si lo único que quisieran fuera se acabara de una vez por todas la mierda de sus mundos personales, se sumían en atestadas salas de cines viendo películas con relatos pobres, de pobres efectos especiales que no tenían nada de especial. El miedo nos congregaba, también nos unía y eso te unía tanto a ella, te sentías tan igual a todos, tan obvio, tan trivial.

Subían y bajaban rostros que nunca y jamás volverías a ver, pasaban letreros, luces rojas, amarillas, ojos legañosos, bocinas, gente cruzando las calles, jóvenes apurados por vivir, viejos apurados por morir. Y tu señora de lo único que hablaba era del comportamiento de los niños, del colegio, de las notas, siempre vestida de buzo, el pelo hediondo a comida y te sentías culpable de que la niña mas linda del Grange School que no alcanzó terminar sus estudios universitarios fuera la esposa del badulaque que la cagó desde el segundo mes de casados. La culpa era del televisor en la pieza, la culpa era que ya no leían poesía juntos, ¡La culpa era de los niños que la transformaron en una vieja histérica!

Sandra impecable, fumando un cigarrillo, esperándome de espaldas, sentada ¿Pensando en que? prefiero no saber. Me acerco sin sacarle los ojos de encima, la luna detrás del edificio hace llegar su sombra sobre ella, mitad sombra, mitad luz de luna. Le tapo los ojos con mis manos frías y pasadas a cigarrillo barato, da un pequeño salto. Me imagino quería esperarme de espaldas y que yo hiciera eso, tapara sus ojos, siempre sintiendo que tiene todo tan fríamente calculado y yo un juguete más de sus caprichos de niña rica. Entramos al motel no sin antes darnos un beso apasionado, apretado, ella entrecruza sus brazos a través de los míos y se aprieta a mi pecho, dando un suspiro que como con mi lengua.


- "Hola"
- "Hola mijita"
- "Reservaste cierto?"
- "Puta no alcancé, pero llame y nos tenían la pieza, ya nos conocen" - dije nervioso.
- "¿Que se van a servir los caballeros?" -¿Porque no desaparecían de una vez?, me pone nervioso la gente que atiende los moteles.


Te dijo tenía dos horas. En vez de excitarte la idea esta te desanimó, nunca había tiempo para un café, ni siquiera para conversar. Te tragaste el pisco sour de un tirón, pusiste un canal motivante y darle a la tarea milenaria, nerudiana y pagana.

Badulaque después de todo, no te daba tanto miedo vivir.



koteNet

(Segunda tarea, la primera no la hice, para el taller de literatura Enero del 2012 del escritor Pablo Torche)