Thursday, July 12, 2012

El cuento del lobo

Había una vez un lobo profundamente perturbado. Es que todo había cambiado desde que las caperucitas locas y rojas evocaron libertades, aburridas del mismo final, de la misma tragedia griega. Al comienzo siempre fue un honor para las caperucitas salir del umbral de la puerta materna camino a casa de abuelita. Se les seleccionaba y preparaba para ese crucial momento de sus vidas, toda su vida: Aprender a dar saltitos cantando por el bosque llevando la canasta sin que esta se cayera, aprender a mantener una conversación coherente con el lobo sin que este se las comiera, aprender el camino a casa de abuelita, aprender actuar para evocar el “¡Y qué dientes más grandes tienes!” en forma convincente, inocente y real. Pero todo comenzó a cambiar cuando una caperucita volvió sola y toda mojada por la lluvia de vuelta a casa de su mamá, con canasta y todo. Se había negado ir a casa de su abuelita, se había negado a ser devorada por el lobo, se había negado a mantener el mismo relato estúpido de antaño, era primera vez que una caperucita no había logrado el cometido. Esto provocó discusiones acaloradas entre las mamas de las caperucitas, algunas decían que se había llegado a un extremo de indecencia y se debía castigar con toda la fuerza de la ley a esta caperucita rebelde y otras vieron en esa actitud, la consigna de una nueva lucha, fraguada en la repetición incesante y vulgar de seguir con el mismo cuento toda la vida, por fin serían dueñas de su propio cuento.

Así se llego a un consenso y se creo la “libertad de albedrio caperucitana” que consistía en la elección de las caperucitas, una vez que salían de casa, de ir a casa de la abuelita y seguir la tradición (nota: las caperucitas incoloras odiaban la palabra tradición, ya que esa imposición histórica de dominación suponía seguir rebajando la autodeterminación de su propio cuento) o podían elegir lo que ellas quisieran, lo que trajo más confusión a la ya difícil tarea de ser caperucita. “Ustedes saben, que alguien que nunca ha elegido de un día para otro tiene la posibilidad de elegir, más bien se confunde” –se decía nuestro lobo profundamente perturbado.

Y ahí, cientos de caperucitas que no elegían ir a casa de su abuelita, hacían nuevas rutas donde no habían lobos y sólo habían caperucitas, habían algunas que saliendo de casa se escapaban al cerro, al paraíso de las caperucitas donde estas tenían un gobierno manejado sólo por ellas y donde los lobos que eran sorprendidos era asesinados brutalmente, vengando en la vida del desdichado lobo todos los sufrimientos existenciales de las caperucitas. Algunas incluso habían renunciado usar capa, eran las caperucitas incoloras. También las había que usaban capas azules, rojas, amarillas, color arcoíris y de todos los colores y cada día eran menos las caperucitas rojas ya que era muy mal mirado socialmente aquellas caperucitas románticas que creían y querían el cuento del lobo.

Los lobos por su parte, como era de suponer, nunca se enteraron de nada. Seguían saliendo cada mañana, evocando en su imaginación aquellas heroicas faenas paternales donde a veces se comían una caperucita diaria, ahora con suerte se comían una al mes. Poco a poco fueron cambiando su dieta, algunos se hicieron vegetarianos y místicos predicando por los bosques que ya no eran necesarias las caperucitas. Los caminos usados antiguamente ya no eran usados por las caperucitas y los lobos tuvieron que salir a buscar nuevos caminos en lugares inhóspitos y algunos no volvieron más. Otros llegaban con aterradores relatos de caperucitas sin capas, emancipadas que cazaban lobos, los llevaban a sus casas, amarraban su pata a una cama y los tenían barriendo y criando caperucitas toda su vida. Incluso otros lobos se empezaron a disfrazar de caperucitas y comenzaron a usar los viejos caminos abandonados por ellas, con otros lobos escondidos jugando a cazarlas.

Nuestro lobo no daba tregua a tanta historia inverosímil y aún esperaba, agazapado tras los arboles, alguna caperucita con capa roja, dando saltitos inocentes, con su canastita y sueños de niña cantando por el bosque. Solo imaginarlo activaba sus papilas gustativas y se ponía a salivar como un loco, su corazón golpeando con fuerza el pecho, su cabeza zumbando por la presión y su alma romántica se ponía aullar de tristeza, mirando la luna pálida y llena que alumbraba un bosque vacío de caperucitas y lobos, de caminos vacíos cubiertos de musgo, piedras y espinos.

Ese día el lobo poeta salió una vez más a la misma incertidumbre y evocación ensoñadora  o como diría chiwosky: “… en el anodino ejercicio de persistir”. No quiso acompañar a sus colegas lobos a la nueva práctica que consistía en ir a los nuevos caminos creados por ellas, que estaban llenos de caperucitas con capas de todos los colores y caminos sin ningún punto de inicio y fin, más bien como una evocación de rutas anteriores, más bien como un espacio de esparcimiento en el bosque, mas bien como nada y estos lobos se ponían a caminar por esos nuevos caminos y las caperucitas se escondían tras los arboles y los acosaban con preguntas como: ”¿Que hace un lobo como tu en un lugar como este?”. Lo llamaban ridículo, anticuado, viejo loco, pero él no les hacía caso, ganas de ir no le faltaban, pero sentirse acosado por tantas caperucitas y con capas de todos los colores habidos y por haber, lo apabullaba. 

Sentado tras un árbol, concentrado leyendo el poema 1, le pareció ver una capa roja pasar por entre los arbustos, se asusto y tapando su hocico contuvo un gruñido. No podía ser cierto, abrió con cuidado una de sus orejas y escucho un leve murmullo de una vieja canción que hablaba de una vieja historia, volvió a pasar un color rojo por entre las ramas, tiro del libro, sentía su corazón latir a mil.
Corrió con todas sus fuerzas y saltó al camino presentándose frente a ella intempestivamente y le dijo con la voz entrecortada por la emoción, mirándola a los ojos.

- ¿A dónde vas, niña?- le preguntó el lobo con su voz ronca.
- A casa de mi Abuelita- le dijo Caperucita.



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