Había una vez un lobo profundamente perturbado. Es que todo
había cambiado desde que las caperucitas locas y rojas evocaron libertades,
aburridas del mismo final, de la misma tragedia griega. Al comienzo siempre fue
un honor para las caperucitas salir del umbral de la puerta materna camino a
casa de abuelita. Se les seleccionaba y preparaba para ese crucial momento de
sus vidas, toda su vida: Aprender a dar saltitos cantando por el bosque
llevando la canasta sin que esta se cayera, aprender a mantener una
conversación coherente con el lobo sin que este se las comiera, aprender el
camino a casa de abuelita, aprender actuar para evocar el “¡Y qué dientes más
grandes tienes!” en forma convincente, inocente y real. Pero todo comenzó a cambiar
cuando una caperucita volvió sola y toda mojada por la lluvia de vuelta a casa
de su mamá, con canasta y todo. Se había negado ir a casa de su abuelita, se
había negado a ser devorada por el lobo, se había negado a mantener el mismo
relato estúpido de antaño, era primera vez que una caperucita no había logrado
el cometido. Esto provocó discusiones acaloradas entre las mamas de las
caperucitas, algunas decían que se había llegado a un extremo de indecencia y
se debía castigar con toda la fuerza de la ley a esta caperucita rebelde y
otras vieron en esa actitud, la consigna de una nueva lucha, fraguada en la
repetición incesante y vulgar de seguir con el mismo cuento toda la vida, por fin
serían dueñas de su propio cuento.
Así se llego a un consenso y se creo la “libertad de
albedrio caperucitana” que consistía en la elección de las caperucitas, una vez
que salían de casa, de ir a casa de la abuelita y seguir la tradición (nota:
las caperucitas incoloras odiaban la palabra tradición, ya que esa imposición
histórica de dominación suponía seguir rebajando la autodeterminación de su propio
cuento) o podían elegir lo que ellas quisieran, lo que trajo más confusión a la
ya difícil tarea de ser caperucita. “Ustedes saben, que alguien que nunca ha
elegido de un día para otro tiene la posibilidad de elegir, más bien se
confunde” –se decía nuestro lobo profundamente perturbado.
Y ahí, cientos de caperucitas que no elegían ir a casa de su
abuelita, hacían nuevas rutas donde no habían lobos y sólo habían caperucitas, habían
algunas que saliendo de casa se escapaban al cerro, al paraíso de las
caperucitas donde estas tenían un gobierno manejado sólo por ellas y donde los
lobos que eran sorprendidos era asesinados brutalmente, vengando en la vida del
desdichado lobo todos los sufrimientos existenciales de las caperucitas.
Algunas incluso habían renunciado usar capa, eran las caperucitas incoloras.
También las había que usaban capas azules, rojas, amarillas, color arcoíris y
de todos los colores y cada día eran menos las caperucitas rojas ya que era muy
mal mirado socialmente aquellas caperucitas románticas que creían y querían el
cuento del lobo.
Los lobos por su parte, como era de suponer, nunca se
enteraron de nada. Seguían saliendo cada mañana, evocando en su imaginación
aquellas heroicas faenas paternales donde a veces se comían una caperucita
diaria, ahora con suerte se comían una al mes. Poco a poco fueron cambiando su
dieta, algunos se hicieron vegetarianos y místicos predicando por los bosques
que ya no eran necesarias las caperucitas. Los caminos usados antiguamente ya
no eran usados por las caperucitas y los lobos tuvieron que salir a buscar
nuevos caminos en lugares inhóspitos y algunos no volvieron más. Otros llegaban
con aterradores relatos de caperucitas sin capas, emancipadas que cazaban
lobos, los llevaban a sus casas, amarraban su pata a una cama y los tenían
barriendo y criando caperucitas toda su vida. Incluso otros lobos se empezaron
a disfrazar de caperucitas y comenzaron a usar los viejos caminos abandonados
por ellas, con otros lobos escondidos jugando a cazarlas.
Nuestro lobo no daba tregua a tanta historia inverosímil y
aún esperaba, agazapado tras los arboles, alguna caperucita con capa roja,
dando saltitos inocentes, con su canastita y sueños de niña cantando por el
bosque. Solo imaginarlo activaba sus papilas gustativas y se ponía a salivar
como un loco, su corazón golpeando con fuerza el pecho, su cabeza zumbando por
la presión y su alma romántica se ponía aullar de tristeza, mirando la luna pálida
y llena que alumbraba un bosque vacío de caperucitas y lobos, de caminos vacíos
cubiertos de musgo, piedras y espinos.
Ese día el lobo poeta salió una vez más a la misma
incertidumbre y evocación ensoñadora o como
diría chiwosky: “… en el anodino ejercicio de persistir”. No quiso acompañar a sus
colegas lobos a la nueva práctica que consistía en ir a los nuevos caminos creados
por ellas, que estaban llenos de caperucitas con capas de todos los colores y
caminos sin ningún punto de inicio y fin, más bien como una evocación de rutas
anteriores, más bien como un espacio de esparcimiento en el bosque, mas bien
como nada y estos lobos se ponían a caminar por esos nuevos caminos y las
caperucitas se escondían tras los arboles y los acosaban con preguntas como: ”¿Que
hace un lobo como tu en un lugar como este?”. Lo llamaban ridículo, anticuado,
viejo loco, pero él no les hacía caso, ganas de ir no le faltaban, pero
sentirse acosado por tantas caperucitas y con capas de todos los colores
habidos y por haber, lo apabullaba.
Sentado tras un árbol, concentrado leyendo el poema 1, le
pareció ver una capa roja pasar por entre los arbustos, se asusto y tapando su hocico
contuvo un gruñido. No podía ser cierto, abrió con cuidado una de sus orejas y
escucho un leve murmullo de una vieja canción que hablaba de una vieja
historia, volvió a pasar un color rojo por entre las ramas, tiro del libro,
sentía su corazón latir a mil.
Corrió con todas sus fuerzas y saltó al camino presentándose
frente a ella intempestivamente y le dijo con la voz entrecortada por la
emoción, mirándola a los ojos.
- ¿A dónde vas, niña?- le preguntó el lobo con su voz ronca.
- A casa de mi Abuelita- le dijo Caperucita.
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