Tuesday, March 13, 2007

se están choreando las ciruelas!

Recuerdo que cuando tenía 10 años, estudiaba 4to básico en el Colegio Internacional (en realidad no recuerdo en que curso iba) y en ese tiempo vivía en las alturas del cerro florida, en la Población Chile Nuevo, Calle Trinquete 648 (todavía recuerdo la dirección!) en camino de tierra, todos mis amigos hijos de obreros, y yo era el vecino de situación "acomodada" que estudiaba en Colegio particular, tenía auto y en Navidad recibía muchos regalos que aparecían en la tele, más nunca me sentí diferente a ellos, compartíamos las mismas ambiciones, sueños y frustraciones, eramos amigos no importaba nada más, hoy en cambio nos dividen tantas cosas.
Los vecinos con grandes extensiones de patio, resguardaban de nuestra constante acechanza sus arboles frutales. Ciruelas, nisperos, higos, duraznos, almendras y membrillos eran nuestros preciados tesoros, y en donde muchas veces eramos sorprendidos in fraganti capturando los tan anhelados frutos, o caíamos fruto de la traición de algún colega arrepentido que comenzaba a gritar desde la calle, a todo pulmón "Se están choreando las ciruelas!, se están choreando las ciruelas!" (chorear=robar) y en medio de los merecidos insultos al traidor, corríamos desesperados cerro abajo, con esa adrenalína que provoca ser pillados en algo prohíbido, con esa complicidad infantíl, sin importar donde poníamos nuestros pies, si caíamos cerro abajo, si nos torcíamos un pie, no importaba nada, el objetivo era arrancar y esconderse con el botín, botín que muchas veces era lanzado al cerro en medio de la desesperación, o el polvo de la tierra que tiraba el colega que corría delante tuyo que nublaba un poco la vista y secaba la boca (nunca pude entender porque corría tan lento).
Nunca ví si alguíen nos seguía o no, nunca miré hacía atrás cuando corría enfervorizado, sólo importaba salvar mi pellejo. En medio de la carrera todos nos separabamos, cada uno a sus respectivos hogares.
LLegar a casa entrando por la puerta trasera, las narices resecas de haber respirado tanto polvo, sacar de los bolsillo llenos de tierra el preciado botín, unas veinte ciruelas verdes que en medio del silencio, y de los gritos de los vecinos alegando que estos niños eran unos delincuentes juveniles, comías con sal.